sábado, 25 de octubre de 2014

Llegó justo a tiempo para robarme el corazón.

Desde que tengo capacidad para recordar, siempre me han gustado los perros. Me gusta acariciarlos, abrazarlos, jugar con ellos, mimarlos,… por eso, cuando él llegó chocamos. Había criado a Gara entre caricias y mimos, y los perros que han pasado por mi vida peleaban por ser el centro de atención, pero él no. "Él es diferente a Gara, es un perro guardián" me decía Luis, y tenía razón.

Creo que llegué a su vida como una intrusa, de repente y sin que él lo hubiera pedido apareció en su territorio una tía pesada que le robaba la atención de su dueño y quería tocarlo y hacerle cosquillas. Seguramente la única ventaja que él apreció con mi llegada es que ahora salía más a pasear y a correr, claro, le había tocado una loca hiperactiva.

Yo entraba en su piso, donde él tenía tres sitios sagrados: su camita al lado de la de su dueño, su segunda camita en el salón para ver la tele con su dueño y una zona en la cocina con su comida. Era todo territorio masculino. Él sólo se acercaba a mí si yo estaba comiendo, de resto si le decía algo, si le llamaba o me acercaba giraba la cabeza como si estuviera aburrido hacia otro lado. Para él lo único que existía era su dueño, y yo era una molestia. Confieso que se ponía tan serio que si no fuera porque sé que tiene el corazón más grande que ese culito gordo, me habría dado miedo.

Después de un tiempo nos mudamos todos juntos. Ahora tenía que compartir comida y espacio con su nueva hermana Gara. No le gustó, y ella no puso de su parte, pero se respetaban. Tengo la extraña costumbre de que –cuando libro entre semana, cosa habitual- me levanto con energía, pongo música y me pongo a bailar. Gara conoce el ritual, así que suele acompañarme aullando y corriendo a mi alrededor mientras yo salto y grito – si, en mi mente canto pero en realidad sólo grito-  y montamos nuestra fiesta particular. No sé qué podía pasar por su mente mientras nos veía, pero estoy segura de que él también pasó miedo ante tanta locura.

"Él no juega con juguetes", me decía, y era cierto, Gara los cogía, los llevaba de un lado a otro y me los traía para jugar, pero él no. Él los ignoraba y me miraba mal si le acercaba uno. Un día le regalaron a Gara un juguete al que das cuerda y emite sonidos y se mueve, ese día él alucinó. No paraba de jugar con él. Yo le daba cuerda y él se volvía loco para pararlo, le encantaba y decidimos regalárselo. A partir de ese día no quería separarse de él.

Poco a poco, y tras muchos paseos corriendo por el monte empezó a confiar en mí, y cada vez un poco más me permitía que le hiciera alguna caricia. Hacía más caso cuando le llamaba y se ponía menos serio. Son muy cabezona, y decidí darle un masaje relajante – relajante para él y para mí, porque me encanta- empecé a acariciarlo y bajé la mano a su barriga. Se le veía entre molesto, asustado y curioso, era como si nadie le hubiera tocado nunca la barriga.

Después de un año las cosas han cambiado, ahora sé que su zona favorita para acariciarlo es justo en la terminación del rabo, sé que le encanta que le den masajes porque es él quien viene a pedirlos. También sé, que le encantan los juguetes pero jamás pelearía con Gara por uno de ellos. Sé que si no ve a Gara se pone nervioso y necesita buscarla y ella a él. Ahora tenemos varias canciones favoritas para bailar -nuestra canción del verano fue “Bailando” de Enrique Iglesias- cuando suena en la radio yo le llamo para bailar y él viene contento meneando el rabo, así que ahora ya no somos dos, sino tres en nuestras fiestas mañaneras.


Hoy en día sé muchas más cosas de él, pero también son muchas las que aún no sé. Está a punto de cumplir 10 añitos, pero espero que nos queden muchos más juntos para poder descubrir todas esas cosas maravillosas que tiene para ofrecer, porque él aunque llegó tarde, llegó justo a tiempo para robarme el corazón. 


1 comentario:

  1. Acabas de emocionarme con la historia, en la parte en la que dices que si no ve a Gara se pone nervioso o que son tres en las fiestas mañaneras...

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