viernes, 10 de octubre de 2014

La operación Tortuga del Desierto...

Ésta historia que voy a contar es totalmente falsa, me la estoy inventando y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Yo vivía en un pueblito con mis padres donde tenía 2 tortugas llamadas Sadam y Shinchan (en otro momento contaré su historia). Nuestros vecinos eran un matrimonio mayor que tenían a su cargo a una niña – su nieta- que padecía una discapacidad intelectual que le habían detectado de forma tardía y había comenzado a asistir a un centro especializado para su caso. Los abuelos estaban muy afectados por el diagnóstico, siempre habían notado que la niña aprendía despacio y tenía algunas dificultades sociales, pero pensaban que no era importante. Sea por la razón que sea, se dieron cuenta un poco tarde, pero se dieron cuenta y actuaron. En el centro, el abuelo había asistido a varias reuniones y hablando un día con mi madre le contó que le habían dicho que la niña tenía que aprender a responsabilizarse de sus decisiones y por tanto, le habían recomendado que buscase algo que fuera importante para ella y la ayudara a llevarlo a cabo hasta el final.

Días después coincidimos con la niña y su abuelo en un patio común que tienen ambas casas (casas contiguas, con la azotea pegada una a la otra) mientras yo limpiaba la tortuguera y bañaba a mis tortugas. La niña se acercó con la curiosidad de cualquier niño y me preguntó si podía tocarlas, le expliqué que muerden –porque muerden y es doloroso – y le dije que si lo hacía con cuidado si podía tocarlas. Estuvo un buen rato jugando con las tortugas, observándolas, viendo como yo las bañaba e incluso me ayudó a limpiar algunas piezas. Al terminar me preguntó si podía venir de vez en cuando a verlas, y le dije que sí.
Pasada una semana aproximadamente, la niña había venido varias veces a ver a las tortugas y su abuelo vino a hablar conmigo. Me estuvo haciendo preguntas acerca de las tortugas –en aquella época eran muy fáciles de conseguir en tiendas y excesivamente baratas, como si fueran objetos y no es que la cosa haya mejorado mucho – me dijo que estaba pensando en regalar una a su nieta. La niña estaba muy ilusionada con mis tortugas y él quería que fueran su “responsabilidad”, que ella se hiciera cargo del animal y tomara decisiones sobre su propia tortuga. La verdad que en el momento no me pareció mala idea después de todo, la niña se había interesado mucho por mis tortugas, se sentaba delante de la tortuguera y las miraba durante buen rato, a mí también me gustaba hacerlo porque me parecía relajante así que pensé dentro de mí que igual era lo mejor. Al día siguiente llegó al barrio  “Estrellita”.

Estrellita le puso como nombre. Si soy sincera, no recuerdo exactamente cómo era. Pequeña, sin manchas rojas en la cabeza y con muchos dibujos en su cuerpo. No sé diferencias si son hembras o machos, y menos cuando son tan pequeñas. El abuelo había comprado el típico tortuguero de plástico –sitio donde NO puede sobrevivir bien una tortuga -, barato y amarillo con su palmera en medio. La niña la colocó en el patio, que era común a la casa de mis padres y decidió que ese era su sitio. Yo hablé con ella, y le comenté que sobre todo por las noches era mejor que la metiera dentro de casa, porque había algunos gatos por la zona y era peligroso y así lo hizo… la primera semana.

Fue más o menos así el proceso. La primera semana la miraba, jugaba con ella, la limpiaba a cada rato, le echaba de comer y la metía dentro por las noches. La segunda semana dejó de meterla dentro por las noches, la tercera a penas le hacía caso, y luego dejó de echarle de comer. Yo le ponía de comer, cuando le tocaba a las mías guardaba un poco y repartía entre las tres, pero empecé a preocuparme. Estaba llegando Diciembre, cada vez hacía más frío – más aún por la noche -. Yo tenía un termostato para el invierno, pero Estrellita estaba en el patio y no tenía nada, el agua se quedaba muy fría y pasaba casi todo el tiempo dentro del caparazón. Un día me crucé con la niña en el patio y decidí hablar con ella, le pregunté si ya no quería a Estrellita y me dijo que sí. Le dije que Estrellita no podía cuidarse sola, que necesitaba su ayuda, había que echarle de comer y que limpiarla porque el agua estaba muy verde, y era mejor que la metiera dentro de casa. Me dijo que su abuelo no la quería dentro de casa porque olía mal… qué más explicarle a alguien que además no quiere entender. Me dijo que era su tortuga y estaba bien así y se fue.

Un poco más adelante llegó el día que yo me temía, varios vecinos que compartían el patio, entre ellos mi madre fueron a hablar con el abuelo para decirle que el olor era insoportable. Nunca cambiaban el agua de la tortuga y olía mal, así que le pidieron por favor que hiciera algo. Él dijo que hablaría con la niña. Un poco más tarde todos pudimos oír la discusión entre el abuelo y la nieta. Argumentos como “la tortuga es tuya y tienes que limpiarla tú”, “¿Tú no querías una tortuga?, pues ahora te aguantas.”, “si no limpias a la tortuga no sales más”, y así muchas más. Al día siguiente la tortuga no estaba.

Salí al patio y estuve allí hasta que me encontré con la niña, y le pregunté por Estrellita. Me dijo que la había puesto en la azotea, en el cuarto de la azotea. Entonces caí, en que allí yo no podía echarle de comer y le dije que ahora tenía que estar muy pendiente de la comida de Estrellita. Error mío, la niña con bastante lógica me dijo: “Yo nunca le echo de comer y no se ha muerto”, cierto, siempre le ponía de comer yo a escondidas… Intenté explicarle que yo le había dado de comer, pero me dijo que la profesora le había explicado que muchas tortugas invernan y no comen durante el invierno. Me di cuenta de que no podía razonar con ella, tenía una respuesta para todo y no quería escuchar. Pasaron algunos días, pero nunca la veía subir, nunca la sacaban de aquel cuarto que era oscuro y jamás le echaban de comer. Yo no podía dormir, durante la noche sólo podía pensar que encima de mi habitación había una tortuga encerrada muriendo poco a poco.

Fui a hablar con el abuelo, le expliqué que no era normal dejar a la tortuga allí, le pregunté si él le echaba de comer y me dijo que no. Me explicó, que en el colegio le habían dicho que la niña debía tomar sus propias decisiones y hacerse responsable de ellas. La niña había decidido dejar morir a la tortuga y según él, su castigo sería tener que recogerla cuando hubiera muerto, así entendería la importancia de hacerse responsable de algo. No me lo podía creer, le pedí que me dejara hacerme cargo de la tortuga a mí, aunque tuviera que ir a su azotea a sacarla, limpiarla y echarle de comer, pero se negó. La razón era que así la niña pensaría que si ella no se hacía responsable, otro lo haría por ella y no aprendería. Desesperada, le ofrecí dinero. Por un momento creo que lo pensó, no podía ofrecer demasiado, yo no trabajaba aún y como no subí lo suficiente volvió a negarse. Me pidió que me fuera y que me olvidara de la tortuga, había sido una mala idea desde el primer momento, sólo que se había dado cuenta tarde. Lo intenté una vez más, pero se enfadó y fue directo a hablar con mis padres. Me prohibieron tajantemente volver a molestar al vecino o hablar de esa tortuga.

Pasaron otros dos días y yo no dormía. A veces lloraba, no sé si por la impotencia o por la falta de sueño. El viernes siguiente, mi primo vino a pasar la noche en casa y le conté todo. No se lo podía creer y le preocupó verme tan mal. La verdad es que lo admiro, porque no dudó ni un instante. Vamos a salvarla me dijo. 

Mis padres dormían en la habitación de al lado, eran las 00:00 más o menos. Para subir a la azotea teníamos que subir por una escalera interior, subir nuestra azotea – encima de mi habitación - y luego saltar a la azotea del vecino (que estaba justo encima de la habitación de mis padres). Había que ir con cuidado, si mis padres nos oían y se despertaban nos pillaban seguro, y tampoco podíamos despertar a los vecinos, nos podíamos meter en un buen lío. Nos vestimos de negro, sí, como en las películas. Nos pusimos varios calcetines unos sobre otros para no hacer ruido al pisar y subimos. Subimos de puntillas, a veces incluso gateando por si algún vecino nos veía y saltamos el muro con mucho cuidado. Yo había código un trapo, para coger a la tortuga. Mi primo intentó abrir la puerta de cuartito de la azotea, pero estaba cerrado con alambre así que tuvimos que tener paciencia y quitarlo.

No nos dimos cuenta, pero cuando soltamos la puerta, resultó que estaba rota. Estaba totalmente suelta, era de metal y cayó al suelo. Se oyó un ruido horrible, nos asustamos y salimos disparados hacia mi habitación, entramos y nos quedamos quietos en silencio, escuchando. Nadie se despertó, y si lo hicieron pensaron que había sido un ruido en otro sitio. Esperamos un buen rato y tras bajar pulsaciones volvimos a subir. La puerta estaba en el suelo, así que entramos en el cuartito que no tenía luz. Entré a oscuras, había muchísimas cosas. Mi primo estaba fuera intentando recomponer la puerta sin hacer ruido. Con la poca luz que entraba por la puerta vi la tortuguera, con muy poca agua dentro me acerqué y entonces me entró el miedo. No veía nada… ¿y si estaba muerta?..., ¿Y si no? Cerré los ojos, metí la mano y la cogí, la puse en el trapo y salí corriendo. Ya no tenía paciencia, empecé a apurar a mi primo para que cerrara todo. Él entró antes de cerrar y lanzó la tortugera al suelo. Lo siguiente que sé es que estábamos en mi habitación.

La destapé pero no se movía, mi primo la cogió y la zarandeó. Entonces Estrellita sacó la cabeza un poco cabreada. La pusimos en un recipiente de plástico y pusimos un poco de agua tibia y comida. La verdad es que no comió demasiado. Mi primo sacó el móvil y envió un mensaje. Al rato le contestaron y me dijo que ya venían a buscarla. Salimos a la calle igual, vestidos de negro, sin zapatos, con triple calcetín y con Estrellita en el recipiente. Atravesamos el patio y un pasillo que da a la calle y allí había dos chicos. Eran los amigos de mi primo, les entregamos a Estrellita como si fueran drogas o algo similar y se fue con ellos.

En cuanto desperté empecé a mandar mensajes, molesté a todos mis contactos buscando un dueño responsable para una tortuga y apareció. Una buena amiga me dijo que ella estaría encantada de hacerse cargo, le conté la historia y quiso quedársela con la promesa de cuidarla lo mejor posible.


Como era de esperar, pasaron varios días hasta que se dieron cuenta de que la tortuga no estaba, después de todo nunca se preocupaban por ella. La niña había subido a la azotea y encontró la tortuguera en el suelo, gritó desesperada y empezó a llorar. El abuelo subió asustado y estuvieron rato buscándola hasta que determinaron que había muerto. Cuando bajaron mi madre salió a preguntar qué había pasado, yo me asomé a la puerta pero no salí. El abuelo me miró muy serio y mantuvo la conversación con mi madre y su nieta mientras ésta lloraba y explicaba que Estrellita había muerto. Mi madre intentaba consolarla. El abuelo le decía que era normal, que seguramente los gatos habían entrado en el cuarto y como nadie la vigilaba se la habían llevado. No voy a negar que me sentí mal al ver a la niña llorar, pero… habría ocurrido tarde o temprano. El abuelo se acercó a mi puerta mientras mi madre seguía hablando con la pequeña, que cada vez lloraba menos mientras acariciaba a mi perro, me miró fijamente y dijo: “Los gatos son así…, no? ”, Y yo respondí: “Si…, A veces los gatos te dan lecciones, seguro que la niña ha aprendido la suya.”

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