martes, 7 de octubre de 2014

La vida cabe en la palma de una mano


Como todas las mañanas se dispuso a regar el jardín de su patio trasero cuando vio moverse algo entre las plantas. Asustada ante la posibilidad de que fueran ratones llamó a una persona fuerte y valerosa que no conocía el miedo. Al momento se presentó su, ejem, hija pequeña que se aventuró en el jardín. En ese instante se oyó un “¡Oooohhh!” exclamado por su hija.

La niña fue hasta su madre con las dos manos extendidas sosteniendo algo. La madre, con estupor, estaba pensando "No me irá a traer una rata". Cuando la niña llegó a su altura vio que sostenía un cachorrito de gato de apenas una semana de vida. Madre e hija se quedaron unos segundos contemplando a esa cosa peludita de movimientos torpes hasta que la hija sacó bruscamente a su madre de su contemplación con un emocionado "¡Hay más!".

Efectivamente, había más. Concretamente cinco más. Los cachorros presentaban claros signos de abandono. Hacía un par de días que habían visto a una gata muerta que sabían que había estado preñada. Sacaron a los cachorros del jardín y los metieron en una caja en el garaje. Cuando hubo llegado toda la familia - en la cual estaba incluido - a la casa se inició un debate para saber qué hacer con los cachorros. No recuerdo bien cuanto tiempo estuvimos deliberando, puede que unos quince o veinte segundos. Los cachorros pasaban a ser parte de la familia.

Por la tarde, el veterinario nos informó que estaban algo desnutridos y había otro problema. Tenían los ojos cerrados y muy hinchados. Dado que habían perdido a su madre hacia días las legañas de sus ojos se habían acumulado y secado. Armados con los consejos del veterinario, varios botes de leche maternizada de gato, biberones y algodones nos pusimos manos a la obra. Lo primero fue preparar la leche y darles el biberón. Tener a uno de esos bichitos en la palma de mi mano y sentir como tragaba cada buche de leche al mismo tiempo que su cuerpo se iba calentando es una de las sensaciones que más me han llenado en mi vida. Una vez alimentados quedaba la labor más difícil. Con un algodón empapado en una infusión de manzanilla bastante diluida fuimos limpiando las legañas. Al principio con muchísimo cuidado hasta que la parte seca que impedía que abrieran sus ojos se fue ablandando. Una vez retirada esa capa, pudieron abrir los ojos. El poder contemplar la mirada curiosa de color azul de cada cachorro ha sido otras de las sensaciones que atesoraré toda mi vida.


Esa noche improvisamos una casita con cajas. En el suelo pusimos una bolsa de agua caliente debajo de una manta y dentro un pequeño reloj de cuerda para que les recordase los latidos del corazón de su madre. Salieron disparados a la caja, se acurrucaron y durmieron. Durmieron para vivir toda una serie de aventuras al día siguiente, pero esa....es otra historia.

Una historia de Gustavo García
@glgargon on Twitter
google.com/+GustavoGarciaG


No hay comentarios:

Publicar un comentario