Ésta historia que voy a contar es totalmente falsa, me la
estoy inventando y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Yo vivía en un pueblito con mis padres donde tenía 2 tortugas
llamadas Sadam y Shinchan (en otro momento contaré su historia). Nuestros
vecinos eran un matrimonio mayor que tenían a su cargo a una niña – su nieta-
que padecía una discapacidad intelectual que le habían detectado de forma
tardía y había comenzado a asistir a un centro especializado para su caso. Los
abuelos estaban muy afectados por el diagnóstico, siempre habían notado que la
niña aprendía despacio y tenía algunas dificultades sociales, pero pensaban que
no era importante. Sea por la razón que sea, se dieron cuenta
un poco tarde, pero se dieron cuenta y actuaron. En el centro, el abuelo había
asistido a varias reuniones y hablando un día con mi madre le contó que le
habían dicho que la niña tenía que aprender a responsabilizarse de sus
decisiones y por tanto, le habían recomendado que buscase algo que fuera
importante para ella y la ayudara a llevarlo a cabo hasta el final.
Días después coincidimos con la niña y su abuelo en un patio
común que tienen ambas casas (casas contiguas, con la azotea pegada una a la
otra) mientras yo limpiaba la tortuguera y bañaba a mis tortugas. La niña se
acercó con la curiosidad de cualquier niño y me preguntó si podía tocarlas, le
expliqué que muerden –porque muerden y es doloroso – y le dije que si lo hacía
con cuidado si podía tocarlas. Estuvo un buen rato jugando con las tortugas,
observándolas, viendo como yo las bañaba e incluso me ayudó a limpiar algunas
piezas. Al terminar me preguntó si podía venir de vez en cuando a verlas, y le
dije que sí.
Pasada una semana aproximadamente, la niña había venido
varias veces a ver a las tortugas y su abuelo vino a hablar conmigo. Me estuvo haciendo
preguntas acerca de las tortugas –en aquella época eran muy fáciles de
conseguir en tiendas y excesivamente baratas, como si fueran objetos y no es
que la cosa haya mejorado mucho – me dijo que estaba pensando en regalar una a
su nieta. La niña estaba muy ilusionada con mis tortugas y él quería que fueran
su “responsabilidad”, que ella se hiciera cargo del animal y tomara decisiones
sobre su propia tortuga. La verdad que en el momento no me pareció mala idea
después de todo, la niña se había interesado mucho por mis tortugas, se sentaba
delante de la tortuguera y las miraba durante buen rato, a mí también me
gustaba hacerlo porque me parecía relajante así que pensé dentro de mí que
igual era lo mejor. Al día siguiente llegó al barrio “Estrellita”.
Estrellita le puso como nombre. Si soy sincera, no recuerdo exactamente
cómo era. Pequeña, sin manchas rojas en la cabeza y con muchos dibujos en su
cuerpo. No sé diferencias si son hembras o machos, y menos cuando son tan
pequeñas. El abuelo había comprado el típico tortuguero de plástico –sitio donde
NO puede sobrevivir bien una tortuga -, barato y amarillo con su palmera en
medio. La niña la colocó en el patio, que era común a la casa de mis padres y
decidió que ese era su sitio. Yo hablé con ella, y le comenté que sobre todo
por las noches era mejor que la metiera dentro de casa, porque había algunos
gatos por la zona y era peligroso y así lo hizo… la primera semana.
Fue más o menos así el proceso. La primera semana la miraba,
jugaba con ella, la limpiaba a cada rato, le echaba de comer y la metía dentro
por las noches. La segunda semana dejó de meterla dentro por las noches, la
tercera a penas le hacía caso, y luego dejó de echarle de comer. Yo le ponía de
comer, cuando le tocaba a las mías guardaba un poco y repartía entre las tres,
pero empecé a preocuparme. Estaba llegando Diciembre, cada vez hacía más frío –
más aún por la noche -. Yo tenía un termostato para el invierno, pero
Estrellita estaba en el patio y no tenía nada, el agua se quedaba muy fría y
pasaba casi todo el tiempo dentro del caparazón. Un día me crucé con la niña en
el patio y decidí hablar con ella, le pregunté si ya no quería a Estrellita y
me dijo que sí. Le dije que Estrellita no podía cuidarse sola, que necesitaba
su ayuda, había que echarle de comer y que limpiarla porque el agua estaba muy
verde, y era mejor que la metiera dentro de casa. Me dijo que su abuelo no la
quería dentro de casa porque olía mal… qué más explicarle a alguien que además
no quiere entender. Me dijo que era su tortuga y estaba bien así y se fue.
Un poco más adelante llegó el día que yo me temía, varios
vecinos que compartían el patio, entre ellos mi madre fueron a hablar con el
abuelo para decirle que el olor era insoportable. Nunca cambiaban el agua de la
tortuga y olía mal, así que le pidieron por favor que hiciera algo. Él dijo que
hablaría con la niña. Un poco más tarde todos pudimos oír la discusión entre el
abuelo y la nieta. Argumentos como “la tortuga es tuya y tienes que limpiarla
tú”, “¿Tú no querías una tortuga?, pues ahora te aguantas.”, “si no limpias a
la tortuga no sales más”, y así muchas más. Al día siguiente la tortuga no
estaba.
Salí al patio y estuve allí hasta que me encontré con la
niña, y le pregunté por Estrellita. Me dijo que la había puesto en la azotea,
en el cuarto de la azotea. Entonces caí, en que allí yo no podía echarle de
comer y le dije que ahora tenía que estar muy pendiente de la comida de
Estrellita. Error mío, la niña con bastante lógica me dijo: “Yo nunca le echo
de comer y no se ha muerto”, cierto, siempre le ponía de comer yo a escondidas…
Intenté explicarle que yo le había dado de comer, pero me dijo que la profesora
le había explicado que muchas tortugas invernan y no comen durante el invierno.
Me di cuenta de que no podía razonar con ella, tenía una respuesta para todo y
no quería escuchar. Pasaron algunos días, pero nunca la veía subir, nunca la
sacaban de aquel cuarto que era oscuro y jamás le echaban de comer. Yo no podía
dormir, durante la noche sólo podía pensar que encima de mi habitación había
una tortuga encerrada muriendo poco a poco.
Fui a hablar con el abuelo, le expliqué que no era normal
dejar a la tortuga allí, le pregunté si él le echaba de comer y me dijo que no.
Me explicó, que en el colegio le habían dicho que la niña debía tomar sus
propias decisiones y hacerse responsable de ellas. La niña había decidido dejar
morir a la tortuga y según él, su castigo sería tener que recogerla cuando
hubiera muerto, así entendería la importancia de hacerse responsable de algo.
No me lo podía creer, le pedí que me dejara hacerme cargo de la tortuga a mí,
aunque tuviera que ir a su azotea a sacarla, limpiarla y echarle de comer, pero
se negó. La razón era que así la niña pensaría que si ella no se hacía
responsable, otro lo haría por ella y no aprendería. Desesperada, le ofrecí
dinero. Por un momento creo que lo pensó, no podía ofrecer demasiado, yo no
trabajaba aún y como no subí lo suficiente volvió a negarse. Me pidió que me
fuera y que me olvidara de la tortuga, había sido una mala idea desde el primer
momento, sólo que se había dado cuenta tarde. Lo intenté una vez más, pero se
enfadó y fue directo a hablar con mis padres. Me prohibieron tajantemente
volver a molestar al vecino o hablar de esa tortuga.
Pasaron otros dos días y yo no dormía. A veces lloraba, no
sé si por la impotencia o por la falta de sueño. El viernes siguiente, mi primo
vino a pasar la noche en casa y le conté todo. No se lo podía creer y le
preocupó verme tan mal. La verdad es que lo admiro, porque no dudó ni un
instante. Vamos a salvarla me dijo.
Mis padres dormían en la habitación de al
lado, eran las 00:00 más o menos. Para subir a la azotea teníamos que subir por
una escalera interior, subir nuestra azotea – encima de mi habitación - y luego
saltar a la azotea del vecino (que estaba justo encima de la habitación de mis
padres). Había que ir con cuidado, si mis padres nos oían y se despertaban nos
pillaban seguro, y tampoco podíamos despertar a los vecinos, nos podíamos meter
en un buen lío. Nos vestimos de negro, sí, como en las películas. Nos pusimos
varios calcetines unos sobre otros para no hacer ruido al pisar y subimos.
Subimos de puntillas, a veces incluso gateando por si algún vecino nos veía y
saltamos el muro con mucho cuidado. Yo había código un trapo, para coger a la
tortuga. Mi primo intentó abrir la puerta de cuartito de la azotea, pero estaba
cerrado con alambre así que tuvimos que tener paciencia y quitarlo.
No nos dimos cuenta, pero cuando soltamos la puerta, resultó
que estaba rota. Estaba totalmente suelta, era de metal y cayó al suelo. Se oyó
un ruido horrible, nos asustamos y salimos disparados hacia mi habitación,
entramos y nos quedamos quietos en silencio, escuchando. Nadie se despertó, y
si lo hicieron pensaron que había sido un ruido en otro sitio. Esperamos un
buen rato y tras bajar pulsaciones volvimos a subir. La puerta estaba en el
suelo, así que entramos en el cuartito que no tenía luz. Entré a oscuras, había
muchísimas cosas. Mi primo estaba fuera intentando recomponer la puerta sin
hacer ruido. Con la poca luz que entraba por la puerta vi la tortuguera, con
muy poca agua dentro me acerqué y entonces me entró el miedo. No veía nada… ¿y
si estaba muerta?..., ¿Y si no? Cerré los ojos, metí la mano y la cogí, la puse
en el trapo y salí corriendo. Ya no tenía paciencia, empecé a apurar a mi primo
para que cerrara todo. Él entró antes de cerrar y lanzó la tortugera al suelo.
Lo siguiente que sé es que estábamos en mi habitación.
La destapé pero no se movía, mi primo la cogió y la
zarandeó. Entonces Estrellita sacó la cabeza un poco cabreada. La pusimos en un
recipiente de plástico y pusimos un poco de agua tibia y comida. La verdad es
que no comió demasiado. Mi primo sacó el móvil y envió un mensaje. Al rato le
contestaron y me dijo que ya venían a buscarla. Salimos a la calle igual,
vestidos de negro, sin zapatos, con triple calcetín y con Estrellita en el
recipiente. Atravesamos el patio y un pasillo que da a la calle y allí había
dos chicos. Eran los amigos de mi primo, les entregamos a Estrellita como si
fueran drogas o algo similar y se fue con ellos.
En cuanto desperté empecé a mandar mensajes, molesté a todos
mis contactos buscando un dueño responsable para una tortuga y apareció. Una buena
amiga me dijo que ella estaría encantada de hacerse cargo, le conté la historia
y quiso quedársela con la promesa de cuidarla lo mejor posible.
Como era de esperar, pasaron varios días hasta que se dieron
cuenta de que la tortuga no estaba, después de todo nunca se preocupaban por
ella. La niña había subido a la azotea y encontró la tortuguera en el suelo,
gritó desesperada y empezó a llorar. El abuelo subió asustado y estuvieron rato
buscándola hasta que determinaron que había muerto. Cuando bajaron mi madre
salió a preguntar qué había pasado, yo me asomé a la puerta pero no salí. El
abuelo me miró muy serio y mantuvo la conversación con mi madre y su nieta
mientras ésta lloraba y explicaba que Estrellita había muerto. Mi madre
intentaba consolarla. El abuelo le decía que era normal, que seguramente los
gatos habían entrado en el cuarto y como nadie la vigilaba se la habían
llevado. No voy a negar que me sentí mal al ver a la niña llorar, pero… habría
ocurrido tarde o temprano. El abuelo se acercó a mi puerta mientras mi madre
seguía hablando con la pequeña, que cada vez lloraba menos mientras acariciaba
a mi perro, me miró fijamente y dijo: “Los gatos son así…, no? ”, Y yo
respondí: “Si…, A veces los gatos te dan lecciones, seguro que la niña ha
aprendido la suya.”