
Lo
hacíamos a menudo, yo solía aguantar poco con la bici porque era todo subida y
bastante pronunciada, subía un par de kilómetros hasta una empresa que parecía
de venta de plátanos y ahí dábamos la vuelta y bajábamos de nuevo al pueblo. Un
día como otro cualquiera repetimos, llegamos detrás del club náutico y le solté
la correa. Ella empezó a oler, hizo varios pis en algunos matojos y buscó algún
sitio idóneo para hacer caca, yo mientras seguí pedaleando por la subida.
Siempre lo hacíamos así, ella iba a su aire y yo seguía subiendo, cuando se
alejaba mucho me preocupaba y la llamaba y ella venía corriendo y me alcanzaba
en segundos, siempre ha sido una atleta. Ese día se quedó en un arbusto oliendo
entretenida y yo subí bastante, había una señora que bajaba por el camino y, -
aunque Gara jamás le haría nada a una persona, sé que es posible que fuera
hacia ella buscando mimos y la asustara- por ello paré la bici y la llamé. La
señora aún no había llegado a su altura, y no parecía tener miedo de los perros
a pesar del tamaño de Gara, yo continué llamándola pero no me hacía caso, así
que di la vuelta a la bici para bajar de nuevo a buscarla.
La
señora llegó a la altura de Gara y Gara por un momento sacó la cabeza del
arbusto para ver quién se acercaba, la señora la miró y empezó a gritar como
una descosida.

Gara
sacó la cabeza del arbusto y allí estaba. Pobrecilla, era una rata… bastante
grande. Nunca sabré si la encontró viva o ya muerta, lo único que sé es que en
ese momento la pobre estaba en su boca y colgaba por ambos lados. ¡GARA!- Grité
yo también horrorizada- ¡Suelta eso y ven aquí!, no fue buena idea… Gara me
miró emocionada, no sé si es que me entendió sólo en ven aquí, o que ella
pensó: “Vaya, ahí está mi dueña, la quiero tanto, voy a llevarle éste regalo”,
y si, vino hacia mí con el pobre bicho en la boca. Yo no sabía qué hacer, pero
tenía la certeza de que me la traería hasta mis manos y me asusté. Le grité, no
recuerdo si quiera qué le dije, pero llegó un momento en que sólo pensé: ¡Huye!,
y eso hice. Di la vuelta a la bicicleta y empecé a subir de nuevo. Gara ya
estaba a mi lado, yo apretaba y la dejaba un poco atrás, llegué hasta donde
solíamos llegar siempre y dar la vuelta, pero ella no había soltado a la rata,
así que no paré. Quería ordenarle que la soltara, pero no podía hablar, estaba
asfixiada, agotada, destruida, no aguantaría mucho más.

Cuando
conseguí calmarme un poco me levanté, me sequé las lágrimas y empecé a mover la
bici muy despacio. En un momento dado Gara intentó recuperar la rata del suelo,
pero yo grité: ¡NO! Y ella se detuvo. Empecé a caminar en mi lado de la barrera
y ella me siguió por su lado. Al llegar al pueblo tenía que atarla, pero tengo
que reconocer que sólo un pequeño contacto con su pelo me hacía recordar a la
rata y me daba la impresión de que la rata me tocaba, era superior a mí, así
que le puse la correa guardando una distancia y rápido, como quien toca a un
león que está a punto de morderle. Llegamos a casa y ella fue a su sitio, yo a
la ducha.

La quiero mucho, pero también me las hace pasar canutas de vez en cuando, sea como sea....vale la pena!
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